In memoriam. D. CRISTÓBAL VILLALOBOS

7 abril 2021

Tercer director de Salesianos Jaén

Cristóbal  había nacido en Monda (Málaga) el 13 de marzo de 1926, en el seno de una familia profundamente cristiana, siendo el quinto de seis hermanos.

Don Telesforo, un sacerdote, le cuidó espiritualmente y acabó por encaminarlo hacia el Colegio Salesiano de Ronda, donde Cristóbal, con la ayuda de grandes salesianos, como D. Marcos Tognetti, D. Alcides Fanero, D. Teodoro Brüguenolte, D. Antonio Martín y otros, irá fraguando, decididamente, su vocación salesiana.

En el verano de 1944 comienza el joven Cristóbal Villalobos su año de noviciado en San José del Valle.

Los dos años posteriores, dedicados al estudio de la Filosofía, en Utrera, irán completando la formación salesiana iniciada en el Noviciado.

El trienio práctico, de 1946 al 49, lo desempeña en Córdoba y en Pozoblanco.

Superados unos años de enfermedad, comienza sus estudios de Teología en Carabanchel (Madrid). A tenor de lo expresado por salesianos compañeros suyos, fue un buen religioso y un buen estudiante. No brilló en los estudios ni buscó lucimiento en ninguna de sus actuaciones. Este tipo de cosas ni le iban, ni le “pillaban”, como años después tendremos ocasión de apreciar.

Con la normalidad y el ritmo propio del proceso formativo de aquellos años la preparación al sacerdocio, simultánea a la culminación de los estudios de Teología, no viene indicada por la recepción de las Ordenes Menores. El 20 de diciembre de 1952, Mons. Eijo Garay le confiere el diaconado para llegar a la ordenación sacerdotal que recibe el 28 de junio de 1953 de manos de Mons. Ricote Alonso.

Al día siguiente celebra Cristóbal su Primera Misa ayudado por Paco, su hermano mayor y por el joven salesiano Francisco Guzmán, paisano y amigo y, a la sazón, diácono.

La Misa solemne, un mes más tarde, en Coín, su pueblo, será especialmente emotiva para Cristóbal. En la celebración está su madre, Isabel, radiante de felicidad. Fuensanta, la hermana que junto a su marido José hacen de padrinos, los demás hermanos, Paco, Antonio, Pepe y Bonifacio y D. Telesforo, el querido párroco de los años infantiles.

Recién ordenado, realiza unos cursos del Derecho en la Universidad Pontificia de Salamanca. Tras aquel año, de inmediato, es destinado a su colegio del Sagrado Corazón de Ronda donde, a lo largo de nueve años, va a desempeñar el cargo de Catequista durante dos cursos, el de Consejero, durante uno, y el de rector durante seis.

En 1970, D. Cristóbal se va a Roma a cursar, durante dos años estudios de Espiritualidad al Teresianum.

A la vuelta de Roma, a sus cuarenta y seis años, D. Cristóbal, desde la madurez y experiencia espiritual y salesiana que acumula bajo la sencillez y cercanía de siempre a tener ocasión de poner toda su persona al servicio de una misión de extrema importancia: el ser Vicario Inspectorial del recién nombrado Inspector de Córdoba, D. Antonio María Calero.

Años no fáciles aquellos, de nuevas ideas, de nuevos proyectos, de nuevos planteamientos que requerían continuamente de atento discernimiento y cuidadoso tacto ante problemas y situaciones siempre necesitados de clarividencias salesiana y pastoral. En Cristóbal encontró D. Antonio Calero al hermano más que al colaborador, al “otro yo” más que al sustituto.

Por aquellos años aparecieron entre nosotros formas nuevas en la Pastoral Juvenil, como es el caso del Movimiento Luz-Vida, que con el trabajo de salesianos jóvenes y animadores competentes llegaron a tomar cuerpo y vida en las presencias educativas de nuestra Inspectoría. Cristóbal hubo de dar forma a aquel Movimiento, dad su condición de responsable de la Pastoral Juvenil.

Terminados los años de Vicario Inspectorial es destinado a la casa de Santa Cruz de Tenerife. Un año duro y difícil para él, ya que su salud se resiente.

Al año siguiente es destinado como Director de la Residencia Juvenil “Domingo Savio” de la Diputación de Jaén (1979-1983). En esta ocasión, como en otras sucesivas, Cristóbal tendrá que sobreponerse, echar mano de la fe, aferrarse con decisión a su sentido providencialista y palpar desde el espíritu la presencia de Dios en las circunstancias que le toca vivir.

El trabajo con aquellos chicos, posiblemente los más necesitados y desasistidos, es ocasión para Cristóbal, como para los salesianos que formaban aquella comunidad, de vivencia y práctica de lo más esencialmente salesiano.

Pero la situación política había cambiado, como los intereses de muchos. Y el trabajo que los salesianos pudieran desempeñar con aquellos chicos no era ya criterio prioritario con que contemplar aquella obra educativa desde la óptica de los nuevos políticos. Por obra y gracia de nuevas ideas y nuevas estrategias, aquella Residencia de chicos necesitados comenzó a resentirse y la presencia de los salesianos a estar en entredicho. Estos, al verse desasistidos y no bien tratados conforme a la misión y al desempeño de su labor, se vieron obligados a dejar aquella presencia.

Toda esta situación tan amarga, toda aquella sucesión de reuniones y entrevistas con políticos con el cargo recién estrenado, hubo de vivirla D. Cristóbal y los salesianos de la Comunidad juntamente con el Padre Inspector, D. Domingo González y otros salesianos del Consejo Inspectorial, suponemos que gracias al dominio que de sí mismo tenía que hacer y del que había hecho gala en tantas ocasiones a lo largo de su vida. No soportaba situaciones injustas, y menos cuando de por medio andaban niños y jóvenes pagando las consecuencias de las veleidades de otros. En estas ocasiones se manifestaba el Cristóbal “de carácter” en gestos y palabras.

Durante el bienio 1883-85, D. Cristóbal es trasladado a Úbeda como Administrador de la Comunidad y del Colegio. Y de nuevo a Pozoblanco, casa muy querida por él, durante un año (1985-86).

DE 1987 a 1994 centra todo su anhelo en su tarea de formador y en sus clases de Salesianidad que prepara con esmero, junto a la Comunidad formadora del Noviciado. Allí fue Vicario y ayudante del Maestro de Novicios.

A finales de 1994 vuelve a Úbeda hasta su muerte en 1996.

 

VALORES

Su estima por todo lo familiar y la valoración de su relación y vivencia que hizo en su propia vida, harán de él un enamorado del espíritu de familia y que se traduciría en la valoración del trato con los hermanos de Comunidad: estaba a gusto con sus hermanos y sus hermanos estaban a gusto con él. Y era en el rato de charla, en la tertulia distendida donde aparecía el Cristóbal ocurrente, sugerente en el gesto y en el tono y expresivo y convincente a base de una sencillez encantadora no exenta de humor.

Esta auténtica “devoción” por la Comunidad, por su Comunidad, constituirá una de las constantes en la tarea formativa que a Cristóbal le tocó vivir en su etapa de miembro del equipo formativo de los Novicios en Sanlúcar La Mayor (Sevilla).

Lo que se vivía en Ronda o, más tarde, en Pozoblanco, en el aspirantado de Pedro Abad (Córdoba) o en la Residencia Juvenil de Jaén, presencias de las que D. Cristóbal fue director a lo largo de dieciocho años, estaba matizado por la entrega pastoral y por toda una serie de inquietudes evangélicas que, en virtud de su propio estilo personal, nunca quedaron encerradas en sus proyectos o vivencias individuales: siempre había propuestas a los hermanos, jóvenes y mayores, siempre aparecían nuevos vínculos con que fortalecer un trabajo pastoral unido y  conjuntado, siempre aliento y estímulo vocacional, siempre referencias para ir a más…

A lo largo de su vida salesiana y sacerdotal fueron muchas las familias que se aconsejaron con Cristóbal, muchas las personas que descubrieron en él al amigo, al confesor, al sacerdote siempre acogedor, comprensivo y cercano.

A todos nos une una convicción: D. Cristóbal ha sido un salesiano de cuerpo entero, alguien que nos ha hablado de la bondad con sus hechos, que se ha distinguido por la entrega de todo lo que ha sido en pro de los jóvenes y de cualquiera que a él se acercase.

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